Por suerte, hace ya algún año que he tenido el placer de conocer, aunque sea de manera virtual a una de las personas más entusiastas en pro de la defensa de nuestro patrimonio natural. Un tipo majo, sencillo, amigable y sobretodo pasional en todo lo referente a la conservación de la naturaleza en Aragón. Muy implicado sobretodo en lo referente a la protección y conservación del Oso Pardo, del cual ha sido durante muchos años trabajador incansable para su recuperación y que ahora, le toca tirar de tiempo libre para seguir aportando y sumando en esta incansable lucha.

Nuestras larguísimas conversaciones por teléfono ahondan también en otras especies y otros aspectos de la conservación del medio en Aragón, y que nos enriquecen a ambos, pues al final, el conocimiento es sabiduría; aunque como siempre, acabamos por poner orden y concierto en los Osos pardos del Pirineo de los que, por suerte, es todo un experto.

El otro día, en un foro especializado que frecuentamos, dejó una vivencia a modo de reflexión o incluso de sentimiento diría yo, que he querido traer aquí para que forme parte también de este blog, porque al final esa reflexión creo que es extensible a lo que vengo realizando en este rincón desde hace muuuuuchos años.

Gracias Chus por tanto trabajo y tanta pasión

En todos los Santos del año 2004, venía de chuparme 16h de trabajo. Fue un día terrible en la muga entre el valle de Ansó y Arlet. Un grupo de universitarios andaluces habían venido a Jaca , a conocer la cordillera Pirenaica, su fauna, flora y formaciones geológicas. Si mal no recuerdo creo eran futuros geólogos. A punto de los 50 , me hago mayor y los detalles ya me fallan.

Recuerdo el día de antes que mi coordinador me pasó los datos de contacto para recoger al grupo, ir a su minibus y los trámites habituales cuando un grupo venía a realizar una visita programada y guiada al Parque natural de los Valles Occidentales. Hablé con una amable sevillana que era su responsable y preparamos una excursión por la parte final de Oza, Guarrinza, ibón de Arlet, Agua Tuerta. Ya avisé que el norte no iba a ser amable con los sureños. Daban malo .

Madrugamos mucho, llegábamos a Oza amaneciendo, con un día ventoso, aguanieve a ratos, frío para un autóctono, indomable día para gente poco acostumbrados a bregar días de barro . Pero le echaron rasmia, uno no se cruza España para lamentarse del tiempo y pasar el día con un café en la taberna.

Cuando remontábamos a Arlet , salió el sol, la visión de las últimas hayas con su follaje otoñal casi perdido, la boira arriba y las bruchinas humeantes entre los abetos gigantescos de Campanil, nos detuvo. Aquello eran las montañas salvajes, ya no había ganado en los puertos, ningún montañero ni nada del bullicio del verano. Los valles estaban en silencio, aguardando la llegada del largo invierno. Los copos cuajaban en las cimas y cuando alcanzamos la muga divisoria era imposible ver nada . Con indisimulada vergüenza reiteré a mis valientes escuchantes que quizá lo mejor era regresar y que poco o nada iban a aprender de valles glaciares, valles colgados , etc…con una chipiada del 15 y sin apenas poder ver a 10 metros. He de decir que había caras para todos gustos pero profesora y alumnos decidieron asumir que ya estaban mojados y en Arlet había un buen refugio para entrar en calor. La amable sevillana agradeció mi franqueza y aunque le reconocí que poco podía enseñar yo de geología estando ella y viendo el nivel me confesó que habían venido entre otras cosas a ver las tierras del oso del Pirineo. Que para eso estaba yo y les daba igual cayera un metro nieve y quedásemos aislados una semana.

Así que calados y embarrados en un rápido descenso encontramos Arlet, no sin antes ponerse a prueba mi orientación en unas montañas cubiertas de boira traicionera. Era mediodía cuando el calor del refugio nos dio un respiro. Allí al calor de la leña de haya, en tierras bearnesas , un aragonés y veintitantos andaluces compartimos lo único bueno que el día dejó, horas de charla sobre el oso, la esperanza de la reintroducción, los valles…son esos ratos que uno valora en la distancia.

No hubo sobremesa pausada había que regresar al parking en Guarrinza, el collado estaba empezando a teñirse de blanco, así que poca broma. La vuelta y bajada no fue rápida , el terreno invitaba a pocas prisas y amenazaba con cernirse pronto la oscuridad. Aún así quienes me flanqueaban continuaban ávidos de saber historias de la fauna y las montañas, de las «selbas pirenaicas» , de las leyendas megalíticas de la zona, de Carlomagno y su batalla en el achar de los muertos.

Y finalmente ateridos encontramos el minibús con su chófer incrédulo de nuestra excursión esperando con cierta ansiedad nuestra llegada.

Paramos en Echo al volver a Jaca para tomar algo caliente. Allí bajo techo y fuera ya de preocupaciones logísticas recuerdo como varios de los estudiantes más entusiasmados me hacían las preguntas más típicas y no por ello menos importantes o interesantes. Cuántos osos quedan, cuántos había cerca, si habíamos visto alguno, si se acercaban al pueblo…el guión predecible del entusiasmo. Pero la profesora fue más allá y me dijo algo que no he podido borrar, me dijo que cuántos osos pensaba que podrían vivir como máximo en la zona. En el primer momento la pregunta me sorprendió y he de confesar que hasta me conmovió tal alarde de optimismo. Pensé, y finalmente dije sin mucha seguridad: pues los que dejemos. En ese momento uno no ve la trascendencia de un pensamiento. Lo ves después.

Bajando ya cerca de Embún, encendí el teléfono. Era el 2004, no había wasap, ni smarthphones, bastante que con una raya de cobertura te llegase un SMS de esos que costaba un dios escribir. El cuerpo pedía ya cenar y descansar pero allí estaba el SMS.

Era mi compañero Fernando, escueto , no sé si por su poca práctica y amor a los celulares, me dejó un lacónico. Chucho , te espero en la parada es urgente. Y allí estaba con su forro verde con los logotipos de la dga a punto de jubilarse, con su pipa y las gafas empañadas . Era un poema verlo allí con su barba mojada y pensé , ya he hecho algo mal, verás tú que bronca.

Y allí esperó respetuosamente a que despidiese el grupo sin decir rai de rai. Algo iba mal. No habéis tenido nunca esa sensación? Ese desasosiego de saber que te van a decir algo que no te va a gustar?.

Ya no llovía. Había llovido todo lo que tenía que llover. No recuerdo muy bien como empezó la conversación. Andaba pensando yo en algún lío con el director o el coordinador cuando me vino aquel flash. La han matado Chucho. Esas palabras aún me siegan el alma. Lo supe. Sabía a quien habían matado sin siquiera nombrármela.

Fuimos a Canfranc, allí nos esperaba el coordinador y un guarda, ya no recuerdo ni las horas…era tardísimo pero era como si el tiempo se hubiera detenido. Las caras que vi no estaban mejor que la mía. La conversación fue breve , casi tan breve y escueta como la de mi buen Fer.

Era todos los Santos y ya no sería igual. Ese día de frío, lluvia y nieve, bajo el viento helador que trae el puerto no fuimos los únicos que habíamos salido a la montaña.

En un lado andábamos un grupo alegre , deseoso de conocer, de devorar paisaje y regalar sonrisas y miradas enamoradas de la naturaleza.

Poco más abajo en lo escondido del bosque otra persona salió a terminar lo que muchos querían y no se atrevían. Sabían donde estaba. La había visto hace unos días un colega francés . Incluso la grabó. A ella y a su retoño. Dio aviso, la zona debía no ser perturbada.

A veces uno piensa que los seres humanos somos varias especies. No parece posible que dentro de la misma haya quienes mueran por hacer 800km de carretera y 12h bajo lluvia y frío para contemplar lo imposible y quienes en silencio seduzcan a la vida para traer la muerte a la esperanza.

Era todos los Santos y ese día nos mataron un poco a todos . El disparo se llevó miles de años de vida, se llevó cuentos de yayos, historias de leyendas, sueños y esperanzas. Aquel hombre se nos llevó parte del alma. No hubo rincón del Pirineo donde no hubiera un soñador herido que al día siguiente derramase una lágrima. Y la herida se abrió y llegó lejos, todo lo lejos que el bramido de la última osa lanzó. Altiva, hermosa, pequeña y suave, con sus ojos como bombones y su piel como la canela. Allí yacían nuestros corazones en vilo pues en un último aliento la última madre de las montañas había salvado a su pequeño de la mirada del asesino.

No parece posible que aquel que disparó fuera de nuestra misma especie. Mi cerebro no era capaz de entender que alguien quisiera acabar con la última osa autóctona de los Pirineos. No podía comprender como alguien hubiera podido disparar ante la visión de una madre cuidando de su pequeño. Pronto el raciocinio me devolvía miles de maldades que nuestros congéneres hacían a su propia especie. Que no iban a hacer a un pobre animal. Somos una especie fallida pensé.

Han pasado 17 años ya. Al poco del suceso tuve que abandonar el proyecto. Pero realmente nunca me fui. Todos que aquel día maldito vimos llorar el cielo de los Pirineos hemos seguido allí, a veces en cuerpo, a veces en mente. Poco a poco la especie se recupera, poco a poco la esperanza renace pero nuestras almas heridas están dañadas y cada vez que un oso es disparado viejos fantasmas asolan nuestro corazón.

Hace unos meses estuve en Arlet y casualmente vi el típico libro que en muchos refugios dejan para que la gente deje un recuerdo. No llevaba prisa ni la metereologia me agobiaba. Todo lo más un sentimiento culpable de estar al otro lado de la frontera en los tiempos del covid. Firmé y perdí el rato leyendo a gente.

Una entrada rezaba, «vine hace 17 años y me enamoré, he vuelto con mi hija para que comprenda mi amor, gracias a quienes un día de todos los Santos le descubrieron las montañas a un sevillano» firmaba como Juan. Os juro que lloré allí sólo como un ***. A veces la vida nos devuelve las sonrisas que sembramos. Gracias Juan. Unos meses después Sorita nos devolvió otra sonrisa , tres oseznos, ni más, ni menos. Hay pocos días alegres para los que hemos trabajado en la naturaleza o la amamos. Somos como otra especie en extinción que bracea en un mar duro e impedido, nuestros caminos son de llagas y espinas. Por eso cuando la semilla florece nuestra sonrisa vuelve.

Cannelle , siempre en mi recuerdo. 17 años después necesitamos que Canelito, aquel pequeño huérfano, que sobrevivió sólo ante la naturaleza nos alargue la primavera. Ojalá algún osezno lleve su linaje. El de Cannelle, el de nuestras montañas, el de nuestros sueños y esperanzas. Hemos sembrado tantas sonrisas…la naturaleza debe devolvernos nuestro sueño.

Y alguno , si habéis llegado hasta aquí, os preguntaréis, a qué fin este relato?.

Sencillo, todas vidas son valiosas. Nunca sabes cuando puede ser la última. Nunca debimos llegar a eso. Nunca hay demasiados de nada. Nunca. Porque desde el más pequeño carbonero hasta el último quebranta, todos son una cadena que fragilmente se rompe y cuesta años, décadas o siglos restablecer y a veces ni siquiera.

Cada vez que una especie se nos va entiendo a quienes la lloran. Cómo no hacerlo. Yo llevo 17 años llorando. A veces me nace la rabia al ver que todavía hay quienes piensan en que hay muchos de tal, demasiados de cual y bien pocos de pascual. Pero luego pienso en gente como Juan, y veo que mis semillas crecieron y que Juan sembró las suyas, y que otros miles de Juanes en otras miles montañas, mares y llanuras siguen sembrando. Así que nada de torcer el morro. Hay que sembrar y sembrar.

Si se van los gallus de la cantábrica también se nos morirá algo, lo sé, lo entiendo, como no voy a entenderlo. Lo que no sé entiende son otras posturas.

Por cierto Miguel, estás muy acertado. Un abrazo a TODOS.

Y no me voy a ir sin enseñaros a Sorita y sus 3 oseznos nacidos esta primavera

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2 comentarios en «Un sentimiento, una reflexión…»

  1. Que tu pasión por las especies no decaiga!! somo tantos los que absortos en nuestras preocupaciones e intereses vivimos de espaldas a la naturaleza que tendras que ver muchos ignorantes y desarraigados. A mi mi padre me enseño a contemplar la naturaleza como un espectaculo y es el mejor legado que me ha dejado. De vez en cuanto desconecto de mi vida y mi rutina y vuelvo los sentidos al monte y a la gran diversidad de vida que habita. Un saludo, gracias por tu relato.

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