Había una vez una cigüeña que partió de muy muy lejos con un paquete bajo sus plumas. Venían de la muy lejana tierra de los fríos, más allá de la tundra siberiana y de los hielos perpetuos del círculo polar ártico. Era un viaje largo, larguísimo donde no debía tener ningún contratiempo. Pero nuestra amiga cigüeña era muy, pero que muy curiosa y el más leve remor revoloteando a su lado la entretenía. En el primer pueblo que vio se paró a echar un trago de su fuente, y a la que se quiso dar cuenta tenía todas las plumas empapadas de agua.

Por suerte, el paquete seguía seco y caliente entre sus plumas blancas y algodonosas. Pero con las plumas mojadas no podía volar así que se subió al tronco más alto y más soleado y extendió sus alas al sol con el fin de que éste las calentara y las secara.

Aquella mañana el sol de justicia hizo su trabajo y al poco tiempo nuestra cigüeña ya estaba lista de nuevo para volar. Así fue como volvió a emprender su viaje.

Pero era tan distraída que a la que se dio cuenta estaba hablando con un lobo que se había encontrado en un claro del bosque

El astuto lobo la estuvo engatusando con el único afán de incarle el diente al mínimo descuido. Pero pronto los más ancianos y sabios del bosque, los longevos árboles se le echaron encima con dedo acusador y alentaron a la cigüeña a seguir su camino

Y así lo hizo, remontando nuevamente el vuelo y siguiendo la ruta indicada. Así transcurrieron largas horas dejándose peinar por las frías brisas del norte hasta que no tuvo más remedio que bajar a tierra firme para alimentar a sus tripas con algo más que aire. Un precioso arbusto repleto de bayas silvestres fue su mejor manjar.

Y tras una larga y merecida siesta, tomó rumbo nuevamente entre la espesura del bosque. Era ya un camino que se conocía, pues un par de años atrás ya lo había vuelto a hacer. Aquella vez recordó perderse en la espesura del bosque.


Pero esta vez no cometería el mismo error y lo ladeó como quien ladea un callejón oscuro. Finalmente y tras unas cuantas horas de retraso llegó a destino. La recibían con los brazos abiertos, amigos, familiares, allegados…..todos estaban, eufóricos y la vitoreaban como si de una famoso se tratara. Pero la cigüeña, muy profesional, se acercó a la ramita madre y depositó en ella el paquete que traía, un montón de felicidad que quedó petrificada junto a su inseparable hermanito

En fin, una historieta inventada con el fin de explicaros que vuelvo a ser ¡¡TIO!! Y que ha nevado por Griegos.


Saludos

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9 comentarios en «Un cuento para Aina»

  1. Felicidades por tu sobrina y bienvenida la nieve a Griegos. En Barcelona seguimos con el veranito… tenemos ganicas de fresquete.
    Saludos a todos,
    Miriam

  2. Felicidades ,tienes una sobrina que es un cielo,esta preciosa.Gracias por la foto,que horror como estan las calles de Griegos.Un abrazo.

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